No sé por qué razón, pero uno termina olvidando que la vida sólo tiene sentido cuando pisas todos los charcos que encuentras. Con el paso de los años, nos acostumbramos a evitarlos, saltarlos o maldecirlos. Recuerdo las meriendas en tu casa. Recuerdo enamorarme sin sentido o límite alguno. Recuerdo el regaliz verde de tus ojos. Recuerdo a Luis contar uno, dos y tres pollito inglés. Recuerdo a Iván y Majo petrificados para vencer. Recuerdo las batallas sin heridos, las médicos sin pacientes y las mamás sin niños. Recuerdo la coco y el hombre del saco, el miedo que se escondía debajo de la cama, tras la puerta o en el armario. Recuerdo el beso más puro. La vida y su sentido dura lo que dura el verano eterno. Lo que dura un helado de fresa en la playa o que Lorena cuente cien despacio y poder escondernos. Hoy sigo corriendo para esconderme. Hoy tengo miedo. Hoy quiero dejar de recordar para reír, besarnos en los morros, sentir vergüenza, jugar.
Akenatón Gimeno.
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